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Divendres, 19 de abril del 2024
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Resiliencia ante la represión

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La independencia de Catalunya es un fin bueno, pero todavía es mejor si se logra mediante formas excepcionales, totalmente pacíficas. Independencias ha habido muchas, pero con métodos impolutos, no. Las independencias son casos particulares, pero el triunfo de la razón (como método: la no violencia como forma adecuada para hallar la verdad) sobre la violencia es universal.

 

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¿Pero se puede lograr una independencia sin usar la fuerza contra el represor? ¿No es puro idealismo? Lo sería si en el otro bando no quedara gente con un mínimo de moralidad y empatía (y esa gente siempre al final nos apoyará si no nos apartamos de la no violencia), y si aquí no hubiera un sinfín de gente increíblemente valiente al tiempo que pacífica y capaz de comprender la potencia de la no agresión y del poder de las redes sociales, ya sean virtuales (Twitter, Facebook, Whatsapp…) como informales convencionales (Omnium, ANC, etc.).

 

Si damos por válidas las anteriores premisas, la independencia se construye creando un marco mental compartido, cambiando “el chip”: ya no somos independentistas, sino ciudadanos leales a la República que está en marcha. El símbolo relevante no es la bandera española que a ratos sigue ondeando en la Generalitat, ni que no podamos lograr que el Lunes el MHP Puigdemont vuelva entrar al Palau de la Generalitat. Lo relevante es que haya millones de personas que, sin actuar con temeridad en acciones que no fructificarían en nada bueno, hagan lo que puedan, en su propio ámbito, para mantenerse leales a la República y a nosotros mismos, boicoteando en la medida justa al orden monárquico español. Porque esta República no ha sido proclamada por nadie en concreto (por eso no es necesario el gesto de Puigdemont en el balcón de la Generalitat), sino por el mandato popular del que disponemos.

 

Muchos del otro lado del Ebro acusan a los parlamentarios de cobardes por el voto secreto: eso es debida prudencia, pues es temerario no reservar la valentía para momentos donde ésta sea realmente valiosa. Quizá esa valentía hubiera sido necesaria para publicar los textos aprobados en el DOGC: aunque todo el mundo se ha enterado, por lo que no es estrictamente necesario. Porque lo que hay que tener en cuenta es que la batalla simbólica de hoy no se configura alrededor de los mismos objetos que la libraban el milenio anterior. La valentía de Forcadell (y de la mesa del Parlament) y Puigdemont fue precisa. La valentía de mucha otra gente anónima que resiste pacíficamente ante las fuerzas de ocupación, es precisa. La valentía de funcionarios y ciudadanos (en su justa manera, contribuyendo útilmente según su capacidad sin arriesgar temerariamente) que van a impedir el desarrollo normal de la farsa electoral del 21 de diciembre, es valiosa.

 

Se van a celebrar esas elecciones fraudulentas que en ningún caso reemplazan al gobierno legítimo catalán, el único que puede convocar elecciones anticipadas. Se van a celebrar y si los soberanistas actúan inteligentemente (apoyando una coalición de independientes comprometidos contra la represión, por la libertad -incluyendo y en especial la de los presos políticos-, por la paz y por la no violencia, y que donen el dinero para hacer frente a la persecución), van a ganar también esos comicios ilegales. Los elegidos en ese proceso legítimamente boicoteado no sustituirán al Gobierno vigente de la Generalitat, sólo evitarán que sumen fuerzas en Catalunya las fuerzas represoras exteriores: se trata de neutralizar un pulso golpista y hacer que, cuando el reflejo vuelva a Madrid, allí reciban un baño de realidad: la que ya no controlan absolutamente. Hay que convertir las llamas que lancen desde la Puerta del Sol en palomas blancas. Para ello es fundamental no ignorar las llamas, que son reales: lo que hay que hacer es transformar la energía que gastan (y que no es ilimitada) en hacer más fuerte la no violencia y el espíritu democrático.

 

Los manifestantes unionistas el domingo proclamaban “els carrers són també nostres“. ¿Veis? La españolidad no es capaz de escapar de la lógica de la posesión. Nadie desde las filas independentistas pretendía la apropiación en exclusiva de las calles. “Els carrers seran sempre nostres” no es una declaración de posesión y exclusión, sino de resistencia a la autoridad, de señalar sus límites. Tanto la vía de la represión como la pacífica tienen límites. Pero ellos todo lo conciben desde la lógica de la posesión y sumisión.

 

Obviamente la vía pacífica en ocasiones puede desesperar: el cuerpo pide reaccionar ante la violencia. Pero optar por esa vía, aunque en el pasado haya funcionado en más de una ocasión, nada garantiza que pueda tener éxito en el presente al no existir apoyos internacionales que puedan suministrar recursos: no hay abierta ninguna guerra fría a nivel internacional.

 

Sin violencia ciertamente no podemos reducir el orden español a 0 de inmediato (“con”, tampoco, ni siquiera momentáneamente). Pero si nos mantenemos firmes en la no violencia organizada la victoria acabará llegando seguro, porque el que sólo piensa en imponer, acaba frustrado de no lograrlo: además de que resulta cansado, desgasta y cometerán errores. No tenemos alternativa, ni la necesitamos.

 

La clave es negar el orden español desde la no temeridad y la no violencia (esta primera victoria es plenamente asumible: nadie nos puede arrebatar la negación indefinida del control pleno del orden español) hasta que podamos afirmar plenamente el orden democrático del mandato popular: el del 27s, el del 1-O y ahora neutralizando el del 21D (aunque esos resultados en ningún caso sustituirán al gobierno legítimo de la República encabezado por Puigdemont, pero es preferible no entregar gratuitamente fuerzas materiales a los golpistas de la Brigada Aranzadi).

 

No se trata de España contra Catalunya ni Catalunya contra España, sino de una lucha entre la fuerza de las ideas y la fuerza de la violencia. Si no nos salimos del camino de la resistencia pacífica, al final la razón prevalecerá. Y con la razón, la independencia efectiva: que está todavía lejos, pero es hacia la que tendemos si persistimos pacientemente.

 
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